Joaquín Leguina
El socialismo de ZP ha abandonado la política y se ha subido al púlpito.
Leo con atención en un suplemento dominical una larga entrevista con la vicepresidenta segunda y ministra de Economía, Elena Salgado, por ver si me ilumina en mi intento por aclarar el misterio que para mí sigue representando la ideología que alumbra el pensamiento del zapaterismo. La señora Salgado describe la España del año 2020, una vez superada la crisis gracias, claro está, a los efectos milagrosos que traerá consigo la aplicación de la consabida Ley de Economía Sostenible. Una España –nos dice la vicepresidenta– que “tendrá planteamientos éticos más consolidados, donde habrá una ayuda al desarrollo fuerte, solidaria….
Una España más cohesionada, más social, con una educación igualitaria y, por supuesto, de mejor calidad. Una España más emprendedora, menos acomodaticia, con más movilidad en el trabajo. Más flexible, más abierta, produciendo más bienes renovables. No habrá un solo proyecto de vida. Las relaciones serán más ricas”. Y concluye: “A partir de ahora no podemos pensar sólo en nosotros mismos. Hay que pensar en la madre Tierra, en las generaciones futuras. Por eso creo que seremos menos individualistas…” Y todo gracias a esa ley que, según Salgado, “es una ley ética, llena de valores”.
Este discurso, como otros muchos de parecido cariz, me llevan a formular una primera conclusión: el socialismo de ZP ha abandonado la política y se ha subido al púlpito. A lo que se ve, el zapaterismo piensa que la política no sirve para cambiar las cosas, que éstas sólo mejorarán si previamente se transforman las conciencias: la ética y los valores.
Este discurso blandengue tiene en la España de hoy unos efectos tan inocuos como el de un placebo, pero sirve para colocarse en el lado de la buena conciencia. “Somos el Bien y ellos son el Mal”. Mas tengo para mí que esta vez no va a colar esa película de buenos y malos. Las costuras se han hecho ya demasiado visibles.
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