Ayer se tendió un (otro) puente mágico entre dos pueblos, esa Andalucía profunda y algo trágica que se teje entre dos colinas en Granada y la Cataluña donde tanta y tanta gente de aquella tierra ya ha echado su raíz más auténtica y permanente, sus hijos, su trabajo, su vida. Al final de veinticuatro horas de maratón emocional había conseguido avistar la dimensión cristiana y musulmana de Granada, crecidas en armonía infinita en la historia mágica de la Alhambra, había compartido preocupaciones políticas en la Escuela de Negocios de Andalucía que dirige Miguel Angel, a quien ya sé amigo y que con el resto de su equipo me dió su sentido de la palabra hospitalidad, esa hospitalidad gracias a la cual mi visión de los palacios nazaríes, de la mano de Daniele Grammatiko, nada se parece, estoy segura, a la de muchos otros visitantes de esas construcciones suspendidas en el aire. Una noche entre mil y una hace siglos contadas se nos apareció de pronto de su mano y casi lo entendí todo.
También vuelvo torturada, debo reconocerlo, ningún sentido tendría esto que escribo si lo escondo. Escuché a un ilustre, amigo de ilustres (del más alto nivel, de esos que saben todas las intrigas palaciegas, han comido o cenado con nuestros gobernantes e incluso con quienes reinan aunque no gobiernen) y en su boca incendiaria, la España por la que transito y a la que quiero servir, no tiene remedio. Su discurso separa tanto o más que el de quienes en mi “pais petit” claman por la independencia. Coincido con él en que este tiempo decadente es el mayor hervidero en siglos para las identidades, y que de tanto preguntarnos quiénes somos acabaremos por no saber a dónde vamos. Pero cada época de la historia se construye con piedras distintas y no hay que llorar (cual Boabdil) las que no se tienen, sino sacar partido de las que existen. La voluntad de ser y de servir está por encima de la adversidad, y yo, ni ante el discurso más desesperanzado que he oído en mucho tiempo, pienso rendirme o acobardarme. Y sé que comparto ese aliento con la inmensa mayoría de cuantas personas he conocido en este menos de un día, cuyo lema (perdonadme, amigos) ya he adaptado a mi sueño: “seremos capaces de hacerlo, porque todo el mundo cree que es imposible”
Cuesta mucho más construir que destruir, ya lo sabemos. Pero contemplar desde el Albaicín “La Roja”, la Alhambra que me llevo en la sangre para siempre, me habla de un tiempo en que, incluso en su decadencia, un pueblo fue capaz de trenzar el número, la filosofia, las flores, el agua, las palabras y la luz ; hoy es un pálido reflejo, quizás +el más humilde, pero el único en pie, de un mundo basado en querer ser. Queramos ser.
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