La ciudadanía se puede definir como "El derecho y la disposición de participar en una comunidad, a través de la acción autorregulada, inclusiva, pacífica y responsable, con el objetivo de optimizar el bienestar público."

lunes, 28 de diciembre de 2009

Dos genios catalanes: Macià y Montilla


OJEANDO las crónicas parlamentarias de Pla comprende uno lo atinado de esas muy sentidas palabras que acaba de dedicarle José Montilla a su igual, el coronel Francesc Macià. Y es que, según acaba de confesar don José, el tripartito «se siente continuador de la obra de Macià». Ante nosotros, pues, los auténticos, genuinos herederos de un lunático que, primero, trató de invadir Cataluña al mando de un ejército de opereta; después, proclamó el «Estat Català» por su cuenta y riesgo en un brote de pura demencia; y luego acabaría presidiendo el primer alarde fascista habido en España (aquel marcial desfile de los camisas verdes en Montjuic). En fin, todo un paradigma de sentido de la responsabilidad, respeto por los compromisos, afán de concordia, inteligencia política y equilibrio emocional, como es sabido.
Se entienden esos dislates contemporáneos leyendo al joven Pla, decía, porque, tan pronto como en 1931, el de Palafrugell ya descubrió la clave de bóveda que desde entonces rige la cosa pública en este rincón del Mediterráneo. «Nuestra política va entrando en el terreno de la magia pura, así el más insignificante de los adjetivos usados para referirse a los hombres es genial», observaba entonces el maestro. Y, acto seguido, pasaba a referir el almuerzo entre un Mister Baldwin, Primer Ministro de Inglaterra por más señas, y cierta «gran personalidad» de la política catalana, de la que no ofrecería más pistas; aunque, por el contenido de lo que pronto se ha de revelar, igual podría haberse apellidado Macià o Companys que Montilla o Carod.
El resultado de aquél encuentro no pudo ser más descorazonador para nuestro gran hombre doméstico, adelanta Pla. Al punto de que el prócer le haría saber que Mister Baldwin parecía un simple, poco menos que un tonto de baba. Así, el mister se empecinó en amargarle la comida al otro, llevando el diálogo hacia cuestiones baladís, prosaicas vulgaridades impropias de caballeros de tan alta condición. Que si refiérame usted cuál es el estado del utillaje de los puertos en Cataluña. Que si explíqueme qué planes tienen pensados ustedes para mejorar los sistemas de transporte. Que si hábleme del estado general de la red de carreteras. Que si tendría algún inconveniente en exponerme cuál es el grado de racionalidad y de coherencia de esos elementos tomados en su conjunto...
No había forma de que el inglés saliera de tamañas nimiedades. Se comprende que, una vez concluido el encuentro, nuestro nacionalista respondiera sobre la impresión que le había causado aquel mister Baldwin tal que así: «¿Qué quiere que le diga? No me ha parecido genial en ningún momento...». Sirva ese aciago recuerdo para imaginar cuán orgulloso se sentiría hoy Macià, contemplando las genialidades del tripartito. Quizá hasta lloraría de emoción viendo a la Cataluña de los barracones escolares y las colas de medio año en la Seguridad Social, montar, alegre, referendos de chiste y asonadas de colegio. Oh, el genio inmortal del país.

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